¿Aquello que sus ojos veían a lo lejos era acaso el heredero de los Condes de Bétera?. Debía cerciosarse. Arrebató a un guardia un catalejo, y reconoció al instante que el estandarte que portaban los escoltas y los colores de sus blasones eran los símbolos de la casa Mallister, que desde su retorno de la península itálica, había visto ya más de una vez. Supuso que el hijo de los Condes habría venido hacia la ciudadela con el fin de alistarse y conocer lo que significaba la gloria...o para limpiar algún pecado que le pesara, y quisiera redimir mediante el servicio a la Igesia por las armas. Fuera como fuese, el Borja se hallaba más que interesado en que aquel fuera parte de la Guardia. Estaba claro que aquella Casa había dado buenos hombres al mundo, y éste, si se ejercitaba en el arte de la guerra, podría llegar a ser algún día un general de valía, que obtuviera varias victorias en el nombre de Dios.
Mas antes, tendría que probar su lealtad. Entre los jóvenes de alcurnia, solía anidar la ambición desmedida, que podría acabar en traición. Pero no le preocupó en demasía en aquel momento. Descendió por las pétreas escaleras, desde la crestería de las puertas almenadas hacia el patio que precedía a la fortaleza propiamente dicha. Dio la orden de que abrieran las puertas, orden que fue ejecutada ipso facto. Se adelantó, y tomó de las manos del joven el pergamino que se requería fuera rellenado. Lo leyó sin pronunciar palabra. Lo conminó a que descabalgarse. Un criado se encargaría de su caballo.
-Bienvenido seáis a Motarde d'Ascalon, Césare.-dijo finalmente.- Seguidme, si os creéis preparado, comenzaremos con vuestra instrucción ya mismo.