-¿CÓMO?¡POR EL ALTÍSIMO!¿Pero cómo que se os ha olvidado avisarme que había una persona esperando?-El Borgia, ataviado en sus recientemente adquiridas vestiduras eclesiásticas, cruzó raudo el patio de armas, y se encaminó hacia las puertas. No había tiempo que perder, ni un minuto, la vergüenza y el oprobio lo perseguían, y no querían le dieran alcance.
-¿Don Sigfridus?¿Sigue vuestra merced allí?